I adore many places in Mexico, traveling as frequently as I am able; often, my expectations are exceeded. I didn’t have many at all when I boarded the combi from Chignahuapan to nearby Zacatlán, other than I had been invited to drink a mezcal (or two) and have some antojitos with some great folks at @agavezacatlan. I knew it would be lovely. But just how special, I couldn’t have known. Then, I saw these mountains. 💚 Zacatlán, a rustic, centuries-old and beautifully conserved village that sits atop a hill as you wind your way into the Sierra Norte mountains is the kind of place that reminds me of why I became enamored with Mexico in the first place. When every corner holds a precious encounter, such as an artists’ callejón, a cider shop or a stunning woman selling tiny, endemic avocados from her corner of these generous mountains, I feel my heart get a restart. It wants to jump out of my chest and meld with the lush, chilly and endless mountains. My eyes go electric and I am quickly elevated. The wonder extends into my veins where it will course, leaving me vital until the next place and I fall into innocent yet profound depths of love with one another. As I watched vultures soar beneath me from this overlook, I felt my feelings reciprocated. The embrace of place. Also, yes, I ate that scorpion. 🍎🥑🦂🦗🌿🌬
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Me encantan muchos lugares en México, y viajo con tanta frecuencia como puedo; muchas veces, se superan mis expectativas. No tenía muchas cuando subí el combi de Chignahuapan a la cercana Zacatlán, aparte de que me invitaron a tomar un mezcal (o dos) y tomar algunos bocadillos con unas personas buena onda en @agavezacatlan. Sabía que sería encantador. Pero que tan especial, no podría haberlo sabido. Hasta que vi estas montañas. 💚 Zacatlán, un pueblo rústico, centenario y bellamente conservado que se encuentra en la cima de una colina mientras te abres camino hacia las montañas de la Sierra Norte es el tipo de lugar que me recuerda por qué me enamoré de México al principio. Cuando cada rincón tiene un encuentro precioso, como un callejón de artistas, una sidrería o una mujer deslumbrante que vende aguacates pequeños y endémicos desde su rincón de estas generosas montañas, siento que mi corazón se reinicia. Quiere saltar de mi pecho y fundirse con las montañas exuberantes, frías e interminables. Mis ojos se vuelven eléctricos y me elevo rápidamente. La maravilla se extiende hasta mis venas donde corre en mis ríos internos, dejándome vital hasta el próximo lugar y yo caemos en un amor muto que es a la vez inocente pero profundo. Mientras veía a los buitres remontándose debajo de mí, sentí que mis sentimientos correspondían. El abrazo del lugar. Y sí, me comí ese escorpión.
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